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Salsa

    Cuando Ignacio Piñeiro compuso el son inmortal en que narra, acompañado por la sabrosura del ritmo afroantillano: “Salí de casa una noche aventurera l buscando ambiente de placer y alegría l ay mi dios, cuánto gocé l en un sopor la noche pasé…” estaba echando salsa, salsita, en el gran ajiaco de nuestra música caribeña.

    Pasó el tiempo y de pronto se plantó en el mismo centro del son un hombre que, acompañado de su tres y su talento, inventaba un nuevo sonido, un timbre diferente, un aire rítmico original: Arsenio Rodríguez. Y la música popular cubana ya no fue lo mismo. Y siguió su agitado curso la creación, interpretación y orquestación sonera. Fue así como una tarde se sentó, en un estudio de la emisora Radio Progreso, un sencillo trabajador del arte de los sonidos, lápiz en mano, y realizó un arreglo que sonó de un modo distinto; se llamaba Severino Ramos y en ese minuto luminoso estaba dando vida a un estilo  de estructurar trompetas, piano, contrabajo, percusión y ajustando las voces del coro greco antillano que serían ni más ni menos, los progenitores principales de un fenómeno musical que hoy, cincuenta años después, constituye una salsa nueva que otorga sabor especial al ajiaco caribeño.

    Pero la salsa cubana estaba, de antiguo, condimentando el menú musical en todas las naciones de nuestro mediterráneo. Puerto Rico, Santo Domingo, Venezuela, Colombia, Panamá, México y esa isla antillana que es el barrio latino de Nueva York, sentían las trepidaciones del ritmo nacido en el cocodrilo verde.

     Llegó una hora, la década del setenta, en que el bloqueo establecido contra Cuba por el imperio yanqui hizo que desapareciera la presencia de los productos musicales criollos. Se sintió la déficit, la ausencia de la fuente primordial de sonido caribe, y se recurrió a los músicos cubanos establecidos desde décadas atrás en estas urbes y además se les dio visa permanente a los creadores e intérpretes adscritos a lo cubano, aunque hubiesen venido al mundo en Ponce, San Juan, el Cibao, Caracas, Ciudad Panamá o el barrio latino de Nueva York.

    Y esa música fue bautizada con un nombre: SALSA. Los empresarios estadounidenses siempre fueron proclives a imponer un solo nombre, comercial, fácil de retener, sintético a los géneros musicales. Se discute el origen del patrimonio salsa. Se habla de un programa radial venezolano que se anunciaba como La Hora de la Salsa, se menciona a músicos de ese seudónimo radicados en los Estados Unidos, se recurre a títulos de composiciones soneras… Pero lo importante es el hecho es que ese nombre vio generarse un movimiento, un fenómeno musical indiscutible.

    En los años finales de la década del sesenta, la salsa evidenciaba un perfil netamente cubiche; es lo que algunos han llamado período tradicional o matancero. Sin embargo, poco a poco, los dominicanos van introduciendo el merengue; los puertorriqueños la bomba y la plena; los panameños el tamborito; los colombianos la cumbia, y se va conformando una verdadera salsa caribeña. Todo es salsa. Todo se pone en salsa. Y se va produciendo la mezcla, la fusión, la síntesis.

    En 1974, Rubén Blades y Willie Colón graban en LD Metiendo mano, seguido de Siembra, El Solar de los aburridos. A partir de entonces. “la música tomó matiz, fue otra cosa (…) La salsa comienza a tomar otro rumbo” (Ángel Méndez: La biblia de la salsa, Caracas. 1985).

    Ese nuevo rumbo ha continuado evolucionando hacia nuevas expresiones. Son numerosos los autores e intérpretes que aportan su sello individual. Si mencionamos a Titet Curet, Ray Barretto, Cheo Feliciano, Larry Harlow, Héctor Lavoe, Papo Lucca, Ismael Miranda, Tommy Olivencia, Luis Ortiz, Perico, Johnny Pacheco, Eddie Palmieri, Richie Ray y Bobby Cruz, Ismael Rivera, Pete El conde Rodríguez, Roberto Roena, Willie Rosario, Wilfredo Vargas, Johnny Ventura, no estamos nombrando sino algunos de los más notables. Esta relación podría ampliarse, desde luego, con los músicos cubanos que han aportado en esta línea. Pero si uno se pregunta ¿en qué consisten esos aportes? Se impone, por supuesto, un breve, incompleto, bojeo por el fenómeno salsa.

    Ante todo esta música ya no resulta un espectro sonoro que reproduce o reelabora la música cubana de los años cuarte y cincuenta. Así, simplemente. La salsa, como producto de la inquietud creadora de músicos de diversas latitudes, se ha enriquecido con nuevos ingredientes. Los temas son muy característicos y hablan de las cosas del hombre común, con sus alegrías y sus problemas, y está presente el barrio, núcleo generador por excelencia de elementos de la cultura popular. La células rítmicas que sirven de base a todas crónicas de la vida cotidiana muestran formas provenientes del merengue, la bomba, la plena, la gaita zuliana, el joropo, la cumbia, el vallenato, el palo de mayo, el samba, el jazz, el rock, el reggae… todo mezclado, fusionado con la guaracha, el son, la rumba…

    Ahora bien, la armonía dentro de este fenómeno artístico posee un perfil nuevo, contemporáneo. Uno de los grandes aportes del movimiento salsero radica en l armonización, tanto de las obras tradicionales caribeñas como de creación actual, con presupuestos muy de hoy, utilizando las ganancias del desarrollo del diseño armónico. Por eso su producto musical suena, sobre una base percutiva auténtica, tan novedoso, tan actual, tan contemporáneo, que teniendo en cuanta también el uso de la electrónica.

    La vocalización entre los salseros, tiene también sus rasgos diferenciadores. Al lado de un coro que se mueve dentro del estilo típico cubano, se plantan solistas que crean una nueva forma de decir. Hay una presencia de giros vocales de estirpe jazzística, rockera, pop brasileña, conjugados con maneras de canto afro caribeño. Los vocalistas en la salsa amplían la gama armónica, y superan el modo lineal de improvisación usado anteriormente. Si buscamos, un antecedente ilustre tendríamos que remitirnos al genio de un Benny More. La armonía en que asientan sus expresiones vocales es mucho más compleja, amplia, actual, y se ven obligados a adecuar sus maneras de decir de inspirar a este requerimiento.

   Recientemente la música Salsa ha recibido, con su ritmo dinámico característico de base, una avalancha de temas de baladas, dando surgimiento a la balada-salsa, lo cual lleva a ésta manifestación caribeña a otro camino estilístico, y limita en cierto modo su desarrollo. Igualmente se ponen en ritmo de salsa boleros clásicos y actuales, creando un hibrido formal, que no deja de tener atractivo en la esfera popular.

   En fin, la salsa es una música de fusión, de mezcla, ajiaco de elementos caribeños, con aportes de jazz, el samba, el rock, el reggae, y aunque nunca ha renunciado ni renegado de sus ancestros cubanos, es un fenómeno musical con fisonomía propia.

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